El Grupo de Teatro MADOC (derivado de las palabras «Mara» y «Pío XII») nos deleitó con dos representaciones de Woyzeck.
«Mara y Pío XII»… cosa que tiene su explicación, aunque breve, para quienes oigan hablar de MADOC por primera vez: es el grupo de teatro compuesto por las colegialas del Colegio Mayor Mara y los colegiales del Colegio Mayor Pío XII.
Esta vez hemos tenido el placer de asistir a su interpretación de la obra de teatro Woyzeck, de Georg Büchner
Woyzeck es el obrero; la lucha de clases; el peón en una partida de ajedrez. El soldado raso encorsetado en una jerarquía física y moral que no le deja realizarse como persona. Es el conejillo de indias en manos de un médico que experimenta con su régimen. El orden establecido aliena a las personas, la revolución te deshumaniza. Doble condena para un paria de la tierra que siente pero no se sabe explicar. Cosa que Büchner soluciona tiñendo de lucha de clases su obra.
Woyzeck representa al héroe/antihéroe cotidiano entendido desde el prisma revolucionario
Si el orden preconcebido le hace sentirse arrinconado socialmente, su revolución vendrá, como toda revolución, aunque la de Woyzeck sea metafórica, a través de la sangre y el asesinato. Es la animalización del ser. Humillado por la soldadesca. Comido por los celos de quien sabe que su mujer vende su cuerpo. Humillado por la moral que lo mantiene constreñido en su vida pecaminosa con un hijo sin estar casado. Su capacidad, o mejor dicho, su incapacidad cultural y la sangre hirviendo en sus venas harán lo demás. Hasta convertirse en un asesino de carne y hueso expuesto a la crítica moral de su público. Capaz de quitar la vida a quien más quiere. Previo juicio moral del capitán que osa cuestionar su moralidad.
Georg Büchner se crió en un ambiente ilustrado en el seno de una familia de orientación científica.
No desdeñó los conocimientos de la Ciencia pero su vocación le inclinó, desde siempre, hacia las Letras Puras. Hijo de un médico castrense napoleónico, ateo: la Ciencia ocupó el hueco vacío de misticismo en la vida familiar. El ateísmo fue una práctica corriente en las tropas napoleónicas de la Francia post-revolucionaria.
La falta de fe no le permitía concebir lo transcendental. No era capaz de asimilar lo intangible. No quería ni pensar en otra vida, después de ésta. Según su propia reflexión, la vida era camino y meta en si misma, no un modo de alcanzar un estadio más elevado, post mortem.
El padre conjugaba su ateísmo con el republicanismo francés, cosas, ambas, impregnadas en el hijo. Eso sí, trasladando el segundo (el republicanismo) a la incipiente Alemania, vía la Revolución. La revolución imprimió una impronta que marcaría su carácter de por vida. Eso y, ya establecido como profesor, la traducción al alemán de algunas obras de Víctor Hugo terminarían de marcarle el carácter revolucionario de la lucha de clases que reflejaría en Woyzeck.