La humanidad entera está siendo puesta a prueba en una dramática situación global sin precedentes. Nuestro proyecto de vida está amenazado y el futuro se ve un horizonte donde la pobreza y el hambre tomarán el relevo. Todos los países se han mostrado sin capacidad técnica, económica y política para hacer frente a la propagación del contagio y su curación. Más aún, la búsqueda por la vacuna -realizada por muchos de los mejores investigadores de diversas partes del orbe- está resultado dolorosamente lenta.
Y, sin embargo, nuestra fe nos invita a hacer una lectura teológica de lo que sucede.
Lo primero, se nos invita a ser solidarios en la vulnerabilidad y en los límites:
aislados, no podemos sino pensar en la inesperada precariedad de nuestra vida (no la vida en tanto personas, sino colectivamente, como humanidad). Queda patente que no somos dueños de nuestro destino. Si nuestra vida es siempre mortal, esperamos que el misterio de amor sobre el que ésta reside no lo sea.
Segundo, dar el paso de la interconexión de facto a la solidaridad deseada.
Porque si nos salvamos, será si sabemos responder como humanidad: estamos encomendados el uno al otro. Nunca antes la relación de los cuidados se había presentado como el paradigma fundamental de nuestra convivencia humana. La mutación de la interdependencia de facto a la solidaridad deseada no es una transformación automática. Es un ejercicio cotidiano de sinergias puestas en común.
Tercero, hay un vínculo clave en la respuesta a esta situación: ciencia, medicina y política.
Los medios técnicos y clínicos de contención deben integrarse en una vasta y profunda investigación para el bien común, que deberá contrarrestar la tendencia a la selección de ventajas para los privilegiados y la separación de los vulnerables en función de la ciudadanía, los ingresos, la política y la edad.
Cuarto, la obligación de proteger a los débiles: la fe evangélica puesta a prueba.
En esta coyuntura, por ejemplo, no podemos olvidar las otras calamidades que golpean a los más frágiles como los refugiados e inmigrantes o aquellos pueblos que siguen siendo azotados por los conflictos, la guerra y el hambre.
Por ello, se nos invita a la oración de intercesión.
La humanidad que no abandona el campo en el que los seres humanos aman y luchan juntos, por amor a la vida como un bien estrictamente común, se gana la gratitud de todos y es un signo del amor de Dios presente entre nosotros.
https://www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2020-03/pandemia-y-fraternidad-universal-nota-sobre-la-emergencia-covid.html