Lo anunciamos el pasado mes de mayo, en el artículo «Voluntariado internacional en el Mara«… Nuestras colegialas, voluntarias, se disponían para partir rumbo a lo desconocido para encontrar presentes y vidas diferentes a lo que conocen en España.
Para encontrar otras realidades sociales y para ofrecer su amor y su colaboración para hacer de este mundo un mundo mejor. Esa iniciativa pura y desinteresada cuya verdadera gratificación radica en conocer a tus semejantes y, en ellos, reconocerse una misma y redescubrirse. Todo esto haciendo un trabajo desinteresado y altruista movidas por corazones generosos.
Ya estamos a mediados del mes de julio. El tiempo pasa, aunque con la intensidad y el amor que estarán viviendo sus experiencias ellas dirían «que vuela».
Unas están ya sobre el terreno, otras están a punto de partir. Todas ellas comparten su amor a la Humanidad y un sentido del compromiso difícil de encontrar en el siglo XXI. Colegialas que, llegado el verano, marcan su voluntariado internacional como quien marca sus vacaciones en un calendario. Vacaciones son, pero no lúdicas. O por lo menos no «lúdicas» en el sentido que sobreentendemos en nuestros días. No van a hacer turismo. Van a entregarse y volverán repletas de vivencias con las emociones a flor de piel por todo lo que habrán podido ver y todo el bien que habrán podido hacer.
Andrea Herrero y Ángela González están en el Camerún. En Bamendjou. Uno de los principales pueblos del oeste camerunés. Sumergidas en una Sociedad distinta y rodeadas por una naturaleza exuberante por frondosa y montañosa. Allí descubrirán tonos de verdes que jamás habrían soñado. Viven y conviven en la casa de las hermanas, en un parroquia que atiende a un campamento de verano para niños. Entre sus labores está esa colaboración y ayudar en el dispensario del pueblo.
Adriana Marijuan está en Bata, Guinea Ecuatorial. También convive en el seno familiar de nuestras hermanas, en la misión. Su labor de voluntaria se desarrolla en dos actividades: por un lado atiende a jóvenes en las colonias de verano. Y por otro lado colaborar en un comedor social para ancianos.
Adriana ha llegado a escribirnos para compartir sus emociones y sensaciones con nosotras. Está feliz y, por lo que leemos en su mensaje, se siente útil y adaptada. «Parece como si viviese en Bata desde hace seis años (…)» nos dice. Nos explica cómo cunde el tiempo y nos comunica lo maravillosos que son los niños a los que dedica su tiempo.
Belén Zamorano parte en breve rumbo a Medellín, Colombia. Allí vivirá, nuevamente, con nuestras hermanas, en su misión de Santa Rosa. Las hermanas tienen allí una casa para niñas huérfanas víctimas de la guerrilla. Estas niñas tienen edades comprendidas entre los 8 y los 16 años. La casuística ha querido que una de las niñas esté embarazada, por lo que el carácter de la casa ha evolucionado a una casa para niñas… y madres. Permanecerá allí un mes.
Afortunadamente la labor del voluntariado internacional no se queda ahí ni se ciñe tan solo al Mara. También nos hacemos eco del trabajo, del esfuerzo y del corazón generoso de otros voluntarios. Hay profesores de un Colegio madrileños en Formosa, Argentina. Y aplaudimos a una enfermera jubilada que se ha ido hasta Oruro, en Bolivia, para atender el comedor de pobres fundado por las mismísima Nazaria.
Cada una de ellas, por separado y todas juntas nos hacen recongraciarnos con el ser humano tan necesitado de almas bondadosas que entreguen su tiempo y su trabajo por el bien de sus semejantes.